También en Wattpad:

miércoles, 25 de febrero de 2015

Capítulo 9.

La habitación a la que entramos era un poco más grande que la que usaban de enfermería. Paredes de un color gris básico; una mesa, llamémosla así, de despacho de ejecutivo colocada justo delante de una silla del mismo estilo; una pantalla digital enorme detrás del sillón; un sofá de cuero marrón por aquí, otro igual por allí; estanterías repletas de libros ocupando una pared completa...
Y Andrea sentada en la mesa sujetándose una bolsa de hielo contra su cara. Me miraba seria. Ni rencor ni nada, solo seria.
Scott nos dijo que nos pusiéramos cómodos y se sentó en el sillón. Comentó un par de cosas con Baró que sí oí pero que no logré comprender. Después de hablar se sentaron los dos a revisar unos papeles.
Finn y yo intercambiamos miradas confusas.
—Perdonad —fue él quien decidió romper el silencio—. No me malinterpretéis, estos sillones son muy cómodos y me encanta estar aquí, pero, llamadlo intuición, llamadlo que nos lo habéis dicho antes, ¿no nos teníais que... comentar algo?
Scott y Andrea se miraron, para después dirigir su vista hacia nosotros. La que habló fue ella.
—Estamos esperando a dos personas más.
Como si estuviese todo ensayado aparecieron por la puerta dos chicas. La más alta, de pelo castaño claro casi rubio; y la otra más morena y de pelo oscuro...
«No puede ser...», pensé al verlas. Bufé y me dejé caer en el sofá, tapándome los ojos con una mano como si no ver nada fuese a solucionar algo. Necesitaba relajarme, volver a mi casa y tumbarme en la cama a beber chocolate caliente y ver un maratón de Cómo conocí a vuestra madre hasta aborrecerla.
Pensándolo bien, en realidad no puede estar pasando. Esto ocurre en las películas que suelo ver con mi familia, en las que el o la protagonista es secuestrada por unos asesinos pervertidos que se la llevan a una zona apartada del mundo, donde le hacen de todo para después matarla.
Estoy delirando.
«Bien, Nerea, piensa... Esto no es cierto. Lo más seguro es que te despiertes dentro de poco y te encuentres a tu madre haciendo churros con chocolate en la cocina, a tu hermano viendo la tele y a tu padre trabajando en su ordenador, como todas las mañanas de domingo. No durará mucho. Solo hay que esperar...», me dije.
Aparté la mano de mi cara y miré a las chicas que acaban de entrar. La primera estaba hablando con Andrea en una esquina de la habitación, manteniendo una conversación de la que, al parecer, solo pueden enterarse ellas. La más bajita abrazó a Finn, y lloró en su hombro. Miré la mesa y encontré a Scott sentado en ella con una única pierna tocando el suelo, mirándome con una media sonrisa y ojos evaluadores. Como el cazador que estudia a su presa antes de clavarle la flecha entre ceja y ceja. Pero esta vez no pienso demostrar ni el más mínimo atisbo de desconfianza.
Me levanté para abrazar a María, que acababa de dejar de llorarle a Finn y parecía más tranquila.
—¿Qué haces aquí? ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué estamos aquí? ¿Dónde es aquí; qué es este sitio?
—No lo sé, pero cálmate. No creo que estemos mucho tiempo aquí.
—Ojalá tengas razón...
Me giré hacia Aroa, que acaba de terminar de hablar con Andrea. Iba vestida entera de negro con un traje parecido al de Andrea, pero sin el lazo en la coleta que se ha hecho.
—Perdona que no te hayamos dicho nada, Nerea, pero era necesario. Acabarás comprendiéndolo.
—Lo comprendo.
Me miró raro. Normal, no se espera tanta tranquilidad en una persona que ha sido secuestrada.
Marchó hacia la mesa con Scott y Baró. Finn, María y yo nos sentamos en el sofá en el que habíamos estado minutos antes dos de nosotros.
Nos explicaron que la banda a la que pertenecen Scott y Andrea se hace llamar «La Por» y que se trata de un grupo de personas enorme repartidas por todo el mundo. El objetivo principal de este grupo es formar una unión de todos los países de Europa que esté bajo su mandato y que, para ello, el Jefe manda conseguir personas capaces de llevar a cabo su plan. Personas con alteraciones en su desarrollo genético, algo fuera de lo común. Personas con ciertas capacidades desarrolladas.
Nos dijeron también que Scott y Andrea fundaron una especie de «resistencia», en la que internan a las personas que logran rescatar en las misiones en las que se supone que deben secuestrarlos. A esto le llaman PPV: Programa de Protección de Víctimas (nadie dijo nunca que los nombres tuviesen que ser ingeniosos).
«De hecho, ahora mismo estáis en el almacén subterráneo donde tenemos a los internos. Bienvenidos a corazón de la PPV», nos dijo Andrea con una gran sonrisa en la cara.
Después nos contaron el porqué de que ellos estén ahí. Queda claro que pocas personas están en La Por porque sí, sino porque han sido raptados, entrenados y criados dentro de la banda para participar en ella; o bien por otros motivos. En el caso de Andrea y Scott, se vieron obligados. Al parecer, los dos son hermanos y su madre estaba metida en La Por. Tras un par de operaciones fallidas por culpa de su madre (que por aquel entonces aún estaba recuperándose de una operación de espalda bastante fuerte), el Jefe decidió que ya no podría continuar siendo útil a La Por, así que en vez de dejarla libre y arriesgarse a que la mujer contase algo respecto a ellos a alguien, la mandó matar. En realidad, dio dos opciones: o la mataba, o bien la dejaba vivir pero se llevaba a sus dos hijos como seguro de que no diría nada de la existencia de la banda a nadie. Si lo hacía, los mataría a los dos.
—Perdonad que interrumpa, pero si sois hermanos... ¿por qué tenéis distinto apellido?
—Distinto padre, misma madre —respondió Andrea a María. Pregunta muy poco lógica.
—Ah.
—Y —habló Finn— si estáis en La Por significa que también tenéis algunas «habilidades», ¿o no es necesario?
—Sí, sí que tenemos —respondió Scott. Tardó un rato en seguir hablando—. Velocidad, reflejos, fuerza... Tenemos esas habilidades muy desarrolladas.
—Además tenemos unos niveles de adrenalina muy por encima de los del resto de la gente.
—Entonces... —dijo María después de un largo silencio— ¿sois como los vampiros de Crepúsculo?
Haciendo caso omiso de la pregunta, conectaron la gran pantalla que estaba en la pared de detrás del escritorio y aparecieron muchas, muchísimas fotos de Finn tomadas desde distintas «cámaras espía» (personas de La Por encargadas de seguir a los objetivos para hacerles fotos y averiguar cualquier cosa de importancia sobre ellos): Finn leyendo en uno de los bancos de un jardín; Finn comiendo una hamburguesa en un McDonald's con amigos; Finn levantando pesas en el gimnasio de al lado del instituto; Finn andando con muletas por el hospital mientras aún se recuperaba su pierna...
Lo habían estado siguiendo desde hacía meses y ni siquiera había sospechado nada.
Finn tiene unas capacidades mucho más especiales que las del resto, puesto que un número muy reducido de personas las tienen. Puede adelantarse a cosas, sucesos que otros no preveríamos, como los movimientos de la gente; algo así como tener intuiciones mucho más reales que las que solemos tener los demás. No exactamente visiones, pero por el estilo. Además puede crear planos mentalmente de prácticamente cualquier cosa en cuestión de segundos.

Luego llega mi turno. Ponen mis fotos, un montón de ellas. En el instituto, en mi casa, en la fiesta en la que Keegan salió herido, en la biblioteca...
Se me pone el vello de punta y un escalofrío me recorre toda la espina dorsal. Yo tampoco me había dado cuenta.
«Esto no es más que un sueño. No hay por qué ponerse nerviosa...», me digo, pero es que todo parece tan real.
Me cuentan que la habilidad que tengo no es tan especial como la de Finn, ya que aunque no muchos la tienen, sí es más corriente que la suya. Mis sentidos están mucho más desarrollados que los del resto de personas: oigo, veo, huelo y siento cosas que nadie más podría y detecto los sabores de otra manera.
Ahora que lo pienso, si es verdad que desde hace un tiempo me pasan cosas muy extrañas, como cuando oí el grito de Finn detrás de aquella casa vieja. Solo lo escuché yo, ni siquiera María, que iba a mi lado, se enteró de nada hasta que estuvimos allí.
Me pasé las manos por la cara, intentando recomponerme.
Apagaron la pantalla.
—¿Y por qué estoy yo aquí? —preguntó María, seria.
—Nerea te había contado demasiadas cosas. No podíamos arriesgarnos.
Silencio para intentar digerir lo que iba a pasar de ahí en adelante. Adiós a mucha gente, y vida nueva (supuestamente).


—¿De qué te ríes tanto?
—Vamos, María, esto es surrealista. Todo es un mal sueño. Estoy segura de que estoy apunto de despertarme.
Me miró como si hubiese dicho algo ilógico y sacudió la cabeza.
—Vale, entonces avísame cuando lo hagas. Nos vemos después, cuando dejes de delirar y puedas comprender lo que de verdad está pasando.


El tiempo se ha parado. Está todo en silencio. El cielo despejado, y el sol parece vacilar, decidiendo si ocultarse o no detrás de aquel enjambre de casas, todas juntas y perfectamente alineadas frente a otro grupo de adosados, idénticos unos a otros.
Sentada en uno de esos tejados veo la puesta de sol a lo lejos.
Las calles están totalmente desiertas. Nadie ni nada se atreve a perturbar ese delicado suspiro del viento, lo único que llena este enorme vacío, acogedor y relajante.
Oigo una voz a mi lado. Me está hablando, pero no consigo entender lo que dice. ¿Habla en otro idioma? No, reconozco que es español, pero no consigo entender el significado de sus palabras.
Miro a mi izquierda. Es Scott. Está mirando la puesta de sol mientras habla, muy pegado a mi. Enseguida deja de pronunciar esas palabras, sin sentido para mí. Me mira y sonríe. No puedo evitar imitarle. Me he fijado muchas veces en él y sé lo guapo que es. Pero ahora, con la luz anaranjada del sol alumbrándole el rostro, y con esa sonrisa como perfecto accesorio, me doy cuenta de que hay algo en él que no había reconocido antes.
Lleva una de sus manos hacia mí y me acaricia la mejilla con el pulgar, y con una delicadeza que creía inexistente en él. Me doy cuenta de que me he quedado ensimismada por su caricia y vuelvo en mí.
Scott sonríe un poco más ante ello, y se acerca, y se acerca, y se acerca, y entonces el silencio se ve invadido por el ruidoso trinar de cientos de pájaros que se elevan desde sus escondites hasta el cielo, huyendo.
Scott se separa sin ni siquiera rozar mis labios y los dos juntos miramos cómo el cielo se tiñe de negros pájaros que vuelan por encima de nuestras cabezas, aterrorizados.
Aparece Andrea por la pequeña trampilla que conecta el desván con el tejado, por donde hemos subido. Su cara refleja seriedad y determinación, aunque también puedo detectar nerviosismo en sus ojos.
«Tenemos trabajo».


Desperté sobresaltada, ahogando un grito. Me quedé quieta durante segundos, intentando recuperar mi respiración normal. ¿Un sueño dentro de otro sueño? En ese momento fui consciente por primera vez desde que abrí los ojos en que no me encontraba en mi habitación. Estaba acostada sobre una cama de sábanas blancas, con otra de esas camas pegada a la pared paralela a la que yo estaba. Una habitación austera únicamente con estos dos muebles y un armario entre ellos. Me levanté y salí del cuarto para encontrarme con una pequeña cocina abierta a un lado (equipada con horno, microondas y vitrocerámica, entre otros), y al otro una habitación que supuse era el baño. Un sofá color café ocupaba una de las esquinas libres. Una vivienda con lo básico y necesario.
Entonces me acordé de que justo en la habitación de donde acababa de salir era donde le había dicho a María lo de que todo era un sueño. Entonces me parecía una idea lógica para todo lo que ocurría, pero...
—Oh, bien, ya estás despierta —dijo ella al entrar por la que debía de ser la puerta principal, entre la cocina y el baño—. ¿Cómo has dormido? Te vi bastante tranquila. Yo apenas he podido pegar ojo. Finn tampoco. Nos hemos pasado la noche dando vueltas para conocer el almacén.
Recordé lo que había dicho Andrea sobre lo del almacén y lo del corazón de la PPV el día anterior.
Caminé torpemente hacia la cocina, abrí el grifo del friegaplatos y metí la cabeza bajo el frío chorro de agua. María dejó de hablar. Saqué la cabeza nada más mi nuca hubo tocado el agua; ésta estaba tan fría como el hielo, y el contacto inmediato con ella me causó tal impresión que me dio la sensación de quedarme sin aire.
Parpadeé varias veces y me froté los ojos, para después echar un nuevo vistazo a la sala, que seguía igual (excepto por el hecho de que ahora estaba empapada). Miré a María, que me observaba con una mezcla de sorpresa y diversión, casi con los ojos fuera de las órbitas y con la boca abierta, intentando no reír.
—No puede ser.
Me pellizqué lo más fuerte que pude el brazo izquierdo, pero seguí ahí plantada, dándome de bruces contra lo que yo creí que era un sueño. Hasta ese momento, claro.
Recité varias veces la palabra «no», intentando asimilar toda la información que había estado apartando por creerla absurda y que, de repente, se materializaba ante mí igual que el muro que no ves cuando andas por la calle despistada.


—Entonces ¿nos estás diciendo que creías, en serio, que todo esto era un sueño? -preguntó mi prima para después soltar una gran carcajada.
—Pues sí... Es más raro que esto sea real, que yo haya creído que es un sueño... ¡Dejad de reíros de mí!
—Vale, ya basta —interrumpió Scott, haciendo que el resto dejara de reír—. Hemos tenido varias personas que creían que esto no es real, así que veo una auténtica gilipollez que os riáis de ella. Ahora que ya se te ha encendido la bombilla —se volvió hacia mí— tendrás que acostumbrarte y aprender a vivir aquí. Para empezar, te hospedarás junto a María en la habitación donde te has despertado. Todas son iguales, así que supongo que os dará igual. Está en la fila del centro del almacén, pero próxima a las escaleras que suben a esta planta, la planta alta, donde tenemos el despacho (lugar donde estamos ahora mismo); la habitación de al lado, bastante más grande, que es la sala de control; la sala de armas y la enfermería. Os quedaréis aquí el tiempo que haga falta. No sabemos cuánto, pero por vuestro bien psicológico, mejor que no preguntéis. No queremos que os volváis locos, como muchos otros. Tenemos enfermeros para tratar a las personas heridas, y otra clase de médicos para la gente a la que se le va la cabeza por no aguantar aquí metidos; están a disposición de todos, pero no abundan, así que intentad no dar razones para visitarles. Por otra parte, Andrea, algunos chicos más a los que hemos entrenado para que nos ayuden (como Aroa), y yo solemos traer nuevos internos cada semana. El número depende de los ataques que hayan por parte de La Por, ya sabéis.
»Lo último que creo que deberíais saber es que el almacén está conectado a una casa donde vivimos Andrea y yo, y donde despertaste tú —esto último iba dirigido a mí—, y que nos sirve para estar más alerta de lo que pasa con La Por y poder reaccionar a tiempo. Se accede a ella a través de unos túneles subterráneos que conectan el almacén con una puerta secreta que hay en una de las habitaciones. Por seguridad no solemos dejar que los internos subáis a ella: sólo en caso de necesidad se permite el acceso.
»Eso es todo. Espero que esté todo claro.
Después de aquella charla y de un momento de aturdimiento y de digestión de información por parte de los que ahora nos convertíamos oficialmente en internos, Scott nos dijo que nos recomendaba que fuésemos a arreglar las que ahora serían nuestras casas para hacerlas más reconfortantes.
«Aunque no creo que podamos acomodarlas mucho, dado que nuestras pertenencias son nulas», pensé.
María y Finn se levantaron del sillón donde estábamos sentados los tres, el mismo sillón que habíamos usado la primera vez que habíamos estado en el despacho.
Yo me levanté cuando ellos ya se encaminaban hacia la puerta, cabizbajos, seguramente pensando en qué iban a hacer el resto del tiempo en el que iban a estar allí (lo más posible, mucho, mucho tiempo). Estaba claro que a Finn ya lo habían cogido como enfermero. Estaba segura porque había sido él quien me había curado a mi llegada.
Mientras me encaminaba hacia la puerta, tras ellos, le daba vueltas a preguntas como: «¿tendré que pasar aquí el resto de mi vida?», «¿me volveré loca como otros de los chicos que ya vivían aquí?» o «¿estoy condenada a pudrirme aquí sin hacer nada?». Preguntas que podrían sonar un poco absurdas, ya que probablemente las respuestas estén bien claras, pero que a lo mejor...
—Quiero ayudaros. Si tengo que quedarme aquí, que sea para algo útil. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario