También en Wattpad:

lunes, 4 de agosto de 2014

Capítulo 5.

''It might seem crazy what I’m about to say 
Sunshine she’s here, you can take away 
I’m a hot air balloon that could go to space 
With the air, like I don’t care baby by the way...''

Happy. 
Aquella maravillosa música inundó mis oídos. Desde luego, ¿qué mejor manera de despertar que con una canción que transmite tanto y que tiene tan buen rollo?
Hice el primer intento de abrir los ojos y un rayo de sol que se filtraba por mi persiana impactó de lleno en ellos, contrayendo mis pupilas.
Después de un fin de semana, el cual me había parecido eterno, por fin volvía a la rutina. Desconectaría de lo que me había pasado y retomaría los constantes calentamientos de cabeza por los mismos temas de siempre, que consistían en problemas de matemáticas, infinitas fechas y acontecimientos históricos imposibles de memorizar en historia y las agotadoras clases de gimnasia de la Señorita Bachmann, apellido alemán, por cierto. De ahí que sea tan exageradamente estricta.
Después de varios intentos de levantarme, los cuales parecían abdominales mal hechos, conseguí ponerme en pie. Me dirigí hacia el armario y cogí directamente la ropa que me iba a poner: una sudadera obey gris, unas mayas negras y mis Air Max blancas y azules.
Justo después fui al baño, me lavé la cara, me hice una cola alta con mi pelo rizado y bajé a desayunar.

Hija, ¿estás segura de que quieres ir al instituto? –irónico oír eso de la boca de mi madre.
Que sí, me lo has preguntado mil veces en quince minutos –respondí con tono aburrido a la vez que cogía la mochila de al lado de la puerta principal.
Mira que has pasado por algo muy fuerte, puedes sentirte despla...
Sí mamá, lo sé, que ya me lo has dicho –la interrumpí mientras mordía la manzana que tenía en mi mano–. ¿Puedes dejarme ya? Aroa me espera ahí fuera, y sí –hice énfasis en el “sí”– voy a ir. No me han disparado, no he estado a punto de caerme del punto más alto de un rascacielos y no he visto al abuelo del vecino desnudo, así que por favor te lo pido, deja de tratarme como si fuese una niña pequeña a la que le acabasen de diagnosticar un asqueroso cáncer en el pulmón, ¿vale? Gracias –dicho eso salí por la puerta, dejando a mi madre en el porche, mirándome.
Sólo me preocupo por ti, hija.
Lo sé, mamá. Y gracias, pero te pasas –y entré al coche mientras mi prima saludaba a mi madre, para justo después arrancar dirección instituto.

Llegamos y cada una nos fuimos por nuestro lado.
Por todo el camino habíamos estado hablando sobre lo que había pasado el sábado, aunque no le conté lo de Scott. Por ahora nadie lo sabía. Era la primera vez que hablaba con mi prima sobre el tema y se le notaba que le ponía nerviosa hablar del tema, pero que la curiosidad le invadía.
Me estaba empezando a cansar del asunto. Fue un intento de robo como otro cualquiera. Punto.
¡Nena! –oí la llamada de María. Reconocería su voz en cualquier lado. Fui con ella cuando conseguí verla entre el gentío. Estaba con Keegan.
Buenos días –les saludé.
¿Cómo vas?
Bien, más o menos. Solo de pensar que hoy, lunes, a segunda hora, toca gimnasia me entra un bajón... Bachmann está loca.
Pues dímelo a mí, que me toca a primera. Me han comentado que ahora le ha dado por hacernos coger pesas –nos informó Keegan. Que cansancio solo de oírlo.
Al menos tú vas al gimnasio.
Sí, es cierto. Deberíais apuntaros. Estáis cogiendo peso, eh.
¡Oye! –nos quejamos al unísono. Él rió.
Qué idiota eres –le insulté, con cariño.
Justo cuando me iba a responder escuchamos unas risitas detrás de nosotros, y cuando giramos a ver nos encontramos a dos chicas cotilleando, sin darse cuenta de la atención que habíamos posado en ellas, sobre lo que me había sucedido el sábado. Por lo que escuché, decían que me lo había inventado todo, que era patética y que si hubiese pasado de verdad, me habría pasado algo. Que nadie sale ileso de eso.
Suspiré.
Qué asco de gente –habló mi amiga–. ¿Me acerco y les digo algo? Ya verás cómo no vuelven a decir ni “mu”.
No gracias, no necesito niñera –le contesté–. ¡Y no me es necesario montar un jaleo sobre ese tema con las puertas del instituto! –levanté la voz, mirando por el rabillo del ojo a las chicas, para que se percataran.
Me miraron mal y se fueron. Cuando entramos hubo un poco más de lo mismo por todo el pasillo, incluso en clase. Entramos a Física y Química y me senté con María.
Cuando ya llevábamos un rato de clase, llamaron a la puerta. Se me heló la sangre en ese mismo momento. Sabía quién era, sin haberlo visto. Ni siquiera me había fijado de que no estaba en clase desde un principio, y mucho menos había pensado en que volver al instituto significaría volver a verlo durante siete horas seguidas, cinco días a la semana. ¿Cómo se me había podido pasar ese detalle? Sé que no podía evitarlo, pero habría estado preparada, sabiendo el efecto que causa en mí ese chico.
Estuve durante todo el día sintiendo su mirada clavada en mi nuca.


¿Te has enterado ya de por qué no ha venido la de gimnasia? –pregunté antes de morder por tercera vez mi sándwich. La madre de María no estaba, y como era costumbre comer todos los lunes en su casa, nos habíamos preparado unos bocadillos.
Me han dicho que está ingresada en el Hospital Clínic. No sé por qué, pero está de baja. En realidad nadie sabe más sobre el tema. Solo eso –respondió mi rubio amigo levantando los hombros.
No le dimos más vueltas al tema.
Keegan se fue poco después porque tenía prisa, y las dos horas siguientes María y yo las pasamos haciendo deberes, riendo y escuchando música.


 
Bueno Nerea, querida amiga, ¿piensas contarme todo lo que pasó el sábado? –me preguntó, una vez estuvimos fuera de su casa. Habíamos salido a pasear.
 Ya te lo conté.
No, me refiero a cómo ''mágicamente'' los dos individuos esos se marcharon, sin más. Llámame cotilla, pero me da que no lo cuentas todo. Es decir, nadie se asustaría de ti con un bate. Venga –a veces me asusta cómo puede saber tanto de mí.
Tardé un rato en decidirme si contárselo, aunque acabé cediendo.
María, escúchame... Necesito que me prometas que esto va a quedar entre tú y yo.
Te lo juro –dijo levantando una mano.
A partir de ahí, tras un suspiro, le conté absolutamente todo lo que pasó. Desde que me desperté, pasando por el momento de Scott, hasta la parte en que al día siguiente él mismo había vuelto a mi casa para decirme que no podía decírselo a nadie.
¿Pero estás loca? ¡Nuestro compañero de clase es un mafioso! –reí ante aquello–. Hay que hacérselo saber a la policía.
No, María, me lo prometiste. Yo sé que lo de no contárselo a nadie me traerá problemas. Sé lo que es Scott, pero... –dudé en decírselo–. Creo que confío en él. Y antes de que digas nada, no, no estoy segura de que sea alguien en quien puedas confiar pero... Es solo instinto. Confía en mí, ¿sí?
Porque te lo he prometido, que si no... –suspiró–. Tú sabrás lo que haces –se adelantó mientras andábamos, dándome la espalda.
Yo sabré lo que hago... –susurré para mí–. Eso espero.
En ese mismo instante escuché algo que me dejó paralizada. Creo que dejé de respirar, incluso.
¿Has oído eso? –pregunté a María, quien giró a verme.
No he oído nada. ¿Por qué? –me preguntó extrañada.
Y otra vez aquel sonido. Un grito. Un grito de desesperación, de dolor, pidiendo ayuda.
Como un acto reflejo, sin ni siquiera pensármelo, salí corriendo hacia donde, intuí, venía aquel sonido. María salió corriendo detrás de mí, sin saber a dónde íbamos.
Yo tampoco lo sabía, simplemente me dejé llevar. Y acabé allí, en frente de aquel gran caserón abandonado de aspecto macabro y tan tenebroso que con nada más mirarlo se me erizaba la piel.
Volví a escuchar aquel grito grave cuando María logró alcanzarme y me cogió del hombro para pararme.
Menuda carrera, muchacha. ¿Qué haces?
Escucha –y como si hubiesen estado esperando el momento, se oyó el mismo grito grave y estridente pidiendo auxilio desde detrás de aquella espantosa casa y salí corriendo hacia la arboleda de detrás de la misma.
Lo que me encontré me dejó pasmada, estupefacta. El corazón se me paró. María ahogó un grito de espanto.
Allí, delante de nosotras, tumbado en el césped se encontraba un chico moreno de pelo castaño, solo, sujetando su pierna, intentando presionar el lugar donde la sangre no paraba de salir. Mi amiga se llevó la mano a la boca y pude oír cómo empezaba a llorar.
María, no es momento de quedarse quietas. Ayúdame a presionarle la herida –le ordené mientras me acercaba al chico–. Dame tu camiseta –le dije al chico, que me miraba con sus ojos marrones grisáceos. Se la quité yo misma y me dirigí hacia su gemelo–. María, vigílale. Que no cierre los ojos... Y llama a la ambulancia –iba dándole las instrucciones mientras le hacía el torniquete en la pierna al chico con su camisa, intentando apretarlo lo máximo posible para retener la hemorragia.
¡Cuidado! –escuché, de la voz entrecortada y forzada de este, avisándome.
Y en cuanto me di la vuelta, sentí un gran dolor en la cabeza y caí al suelo. Estuve ahí durante un par de segundos, completamente paralizada. Cuando pude al fin reaccionar, me di la vuelta, quedando boca arriba tumbada en el suelo y apoyada en mis codos. Y frente a mí se hallaba la imponente figura de un hombre de unos veintinueve años, de pelo tan negro como el azabache y ojos verdes, tan intensos que te dejaban sin aliento. Me miraba con cara de superioridad, satisfecho porque se hubiese topado conmigo.
Me permití un par de segundos para mirar a María, situada a unos dos metros a mi izquierda, intentando soltarse de otro hombre que la mantenía completamente inmóvil contra el suelo al haberse tumbado encima de ella. También vi al chico de antes, ya con los ojos cerrados, totalmente inconsciente.
Y volví mi vista al tío que me había golpeado la cabeza.
Me cogió de un brazo y me levantó como si nada, agarrándome a la fuerza contra él, quedando a escasos centímetros de su cara.
No tendrías que haberte metido, mocosa.
Eres de la banda de gilipollas esos, ¿verdad? Os acabarán pillando a todos. Ojalá os pudráis en el lugar más asqueroso del infierno –le gritaba mientras intentaba golpearle desesperadamente el pecho.
Cállate ya, niña –me tiró de golpe al suelo. Caí de lado, sobre mi brazo. Solté un grito.
El hombre se apoyó sobre su rodilla izquierda, quedando a mi lado. Desde mi posición pude ver todo el recorrido que hizo su mano hasta sacar una navaja de su bolsillo y depositarla sobre mi cuello. Cerré fuertemente los ojos y al oír un golpe donde estaba María, los abrí al instante, al igual que mi agresor, que separó la navaja de mi cuello para prestar atención a lo que pasaba.
Allí donde miramos se hallaba el chico que había tenido como rehén a mi amiga tumbado en el suelo inconsciente, y a su lado, también en el suelo, María, con los ojos abiertos de par en par en dirección a quien la había ayudado a zafarse.
Scott, que le dio la mano para ayudarla a levantarse y sin más dirigirse hacia nosotros.
Vuelve a tocarla y te corto la cabeza –habló intimidante, dirigiéndose al hombre, que se puso de pie.
Algún día yo seré tu superior, y entonces te haré pagar todas y cada una de las que te tengo guardadas, Parnell. Mocoso asqueroso.
Ya lo veremos, Cristopher, ya –le respondió, mirándole mal mientras el otro se marchaba hacia el interior del bosque. Todo bajo mi atenta y atónita mirada–. ¿Estás bien? –me preguntó serio mientras me tendía la mano para ayudar a levantarme.
Supongo... Gracias –asintió con la cabeza y soltó mi mano. En ese momento se oyeron sirenas de ambulancia próximas a nuestra localización. Giró la cabeza–. Baró, lleva al chico a la ambulancia. Que ellas te ayuden y que las examinen. Ya -María vino corriendo hacia mí.
En ese momento, de la parte trasera de un gran y viejo árbol pude distinguir cómo salía una esbelta figura femenina. Era una chica de estatura media, mediría poco menos que yo. Morena de piel y de ojos tan marrones que parecían negros. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta que le llegaba hasta el principio de la espalda, y llevaba una cinta negra atada al coletero que le sujetaba el pelo. Iba completamente vestida de negro, con un cinturón gris que le rodeaba la cintura.
Se acercó al chico del disparo en la pierna y lo ayudó a levantarse. Menos mal, no está muerto, pensé aliviada.
Vamos –me dijo María, a lo que asentí con la cabeza. Ayudamos a la tal Baró a llevar al castaño a la ambulancia, donde los médicos buscaban a quien había llamado y nos atendieron. La compañera de Scott, con una gran y amistosa sonrisa, les contó a los de la ambulancia el cuento de lo que había pasado, y nosotras nos quedamos al margen, escuchando. Al fin y al cabo nos había ayudado.
Miré hacia la casa vieja, donde en una esquina pude ver a Scott apoyado contra ella. Mirándome. Mi corazón volvió a ponerse en marcha, cada vez más rápido.
Poco después la ambulancia se marchó con el herido hacia el Hospital Clínic y nosotras nos quedamos allí, con los otros dos.
Gracias por ayudarnos –agradecí a los dos chicos, cuando Scott se hubo acercado.
Lo mismo digo. Pero eso no significa que aún no sienta asco por todos los que estáis en esa especie de mafia –habló María, con repugnancia.
Supongo que es normal. Yo también lo siento y estoy en ella... –habló la chica de la coleta suspirando.
¿Y por qué estás entonces? –le preguntó mi amiga.
Es complicado.
Sí, claro, cómo no. Todo es complicado.
No eres tan importante como para hablar de esto solo porque te he salvado dos veces, princesa –bufé ante la sonrisa prepotente de nuestro compañero de clase.
Deberíamos irnos ya, Scott. Nos estarán esperando, y nos espera una buena bronca... –comentó su compañera.
Sí, vamos –dijo empezando a andar hacia la parte trasera de la lúgubre casa–. Nos vemos, compañeras –nos dijo a María y a mí con una risa.
Encantada de conoceros –nos sonrió la chica de negro empezando a seguir a Scott–. Por cierto, me llamo Andrea, Andrea Baró.
¡Baró, vamos! –gritó ya desde el bosque Scott.
Debo irme o acabará por desquiciarse. Adiós –y salió corriendo tras él, desapareciendo los dos por el frondoso bosque a una velocidad alucinante.
Simpática, ¿no? –María me miró, sin entenderme.
Eres increíble –me dijo irónicamente mientras empezamos a andar, deshaciendo nuestros pasos, de vuelta a su casa–. Puede ser simpática, ha ayudado con el chico ese, y puede que Scott nos haya ayudado a deshacernos de aquellos hijos de su madre que nos han acorralado, pero te recuerdo que eso no quiere decir que se salven. Siguen siendo lo que son.
Suspiré. Tenía razón, pero de alguna manera, y no sé cómo, yo sabía que Scott no era como los otros, a pesar de su comportamiento; y al parecer Andrea tampoco.
Miré hacia atrás, por donde anteriormente los dos se habían marchado y volví a coger aire, todo lo que pude. Y lo solté.
Sí, todos pertenecían a la misma banda, pero... ¿Y si no todos fuesen iguales? ¿Y si hubieran retractados, una especie de resistencia que intenta involucrarse lo mínimo posible? Que no estuviesen de acuerdo con lo que hacen, que se vean obligados.
Volví a mirar hacia delante.
¿Y si resulta que no son todos completamente iguales?
Entonces no entiendo por qué están ahí. Son demasiado tontos si se meten en esos fregados sin gustarle para luego jugarse la vida. En cualquier caso me siguen cayendo igual de mal –reí ante su comentario.
Supongo que tienes razón...

Claro que la tengo –me dijo, empujándome de broma mientras reía.

2 comentarios:

  1. Me encanta. ¿Quién será tal Baró? ¿Qué le pasará al final al chico de la pierna herida? ¿Scott es el jefe de una puta mafia retorcida? OMG

    ResponderEliminar