—Cálmate, Keegan, ¿sí?
—¿Qué me calme? ¿Quieres que me calme? ¡Te dije que si pasaba algo
me llamaras y no lo hiciste!
—Pero no llegó a pasar nada. Ya te lo he dicho.
—Ya, ¿y si llega a pasar, qué? –me preguntó, dando vueltas por toda
la cocina. Tenía las manos en la cabeza y se le notaba especialmente molesto.
—Pero no pasó –me levanté y lo paré–. Si vuelve a pasar, te prometo
que esta vez si te llamaré, ¿vale?
Se me quedó mirando durante un rato
y terminó por relajar la expresión de su cara. Me abrazó.
—Por favor, Nerea. No vuelvas a darme esos sustos, joder –me
rogaba, apretándome a él fuertemente–. ¿Tus padres lo saben?
—Sí. Llegaron aquí de madrugada, cuando salió la noticia en la
tele. Hoy han ido a hablar con la policía y pronto tendré que ir yo a que me
tomen declaración.
—Vale, te llevaré yo. Le pediré a mi padre la moto.
—De acuerdo... –contesté separándome de él.
—Y permíteme una pregunta... ¿Cómo es que lo revolvieron todo y no
se llevaron nada? Y si te vieron, ¿por qué no te hicieron nada?
Tardé un rato en contestar.
Supongo que cuando me vieron con el
bate se asustaron. No lo sé, lo tengo todo muy borroso.
Keegan iba a seguir interrogándome,
pero el móvil sonó al instante. Fui a cogerlo al primer tono. Miré la pantalla:
María.
-Hola.
-¿Hola? Nerea, he visto las
noticias. ¿Por que sale tu casa? ¿Qué ha pasado? ¿Te han hecho algo? ¿A tus
padres? ¿A tu hermano? ¿Cómo estáis? ¿Lo sabe Keegan? Como se entere se va a
pillar un cabreo... Entonces, ¿estás bien?
-María, María, tranquilízate. Estoy
perfectamente bien. Todos lo estamos. No pasó nada ni se llevaron nada.
Simplemente revolvieron un poco todo. Supongo que no encontraron nada valioso y
al ver que los había pillado se marcharon. Igualmente no me acuerdo de mucho.
-Bueno, la cosa es que estés bien.
Ya me pasaré a verte.
-Vale, gracias por llamar. Te dejo,
que mi madre me llama.
-Adiós, babe.
Colgué y respondí a mi madre.
-Cariño, no hace falta que vengas.
El policía irá esta tarde a nuestra casa. Los psicólogos de comisaría han dicho
que puede que tengas un trauma por lo que has pasado. La mayoría de jóvenes que
pasan por lo que tú has pasado terminan con una parte del cerebro afectado
durante toda su vida y...
-Mamá, mamá. Ya, lo he entendido. Yo
no tengo ningún trauma, ¿sí? Pero vale, que vengan, así no me tengo que mover.
-Bueno hija, tu padre y yo vamos a
ir a hablar con los del seguro de la casa y luego vamos para allá.
Te quiero.
-Y yo a ti.
—Ya no hace falta que me lleves Keegan. La poli vendrá después aquí.
—Vale. Pues me voy ya a casa. ¿Estarás bien?
—Sí, no soy una niña.
—Por si acaso. Adiós, pequeña -y salió por la puerta de entrada,
desapareciendo un par de casas más allá.
Subí a darme una ducha. Esa noche de
madrugada habían llegado mis padres muy, muy nerviosos por lo que había pasado.
Estuvieron acosándome durante un par de horas y por fin me dejaron dormir. Dos
horas después, sobre las siete, mi madre volvió a despertarme para avisarme que
iban a hacer varias cosas por lo sucedido y ya no pude dormir más. Y justo
cuando mis padres salieron por la puerta, entró Keegan tan agobiado que hasta
parecía que lo habían poseído, y se unió a la lista de personas trastornadas
por el tema del casi-robo. Luego las dos llamadas que había recibido, y
por fin un hueco libre para despejarme.
Me sentí aliviada cuando noté el
agua fría recorrer mi espalda desnuda. Con todo el lío no había podido tener un
solo minuto de relax para aclarar mis ideas.
La noche anterior había descubierto
que el chico por el que había sentido tanto interés y el cual me hacía sentirme
tan intimidada con solo mirarme con aquellos ojos tan azules como el cielo era
nada más y nada menos que un delincuente que formaba parte del grupo más temido
y más famoso de toda la ciudad.
Pero no debería preocuparme,
¿verdad? ¿O sí? Es decir, es mi compañero... Supongo que debería preocuparme.
Pero en parte a penas he hablado con
él y bueno, digamos que no es una persona muy amigable...
Terminé de ducharme y me enrollé la
toalla al cuerpo. Pasé por el pasillo y entré a mi habitación. Abrí el armario
y cogí unos shorts vaqueros, una camiseta blanca básica
de media manga y mis botines marrones. A pesar de estar en pleno febrero hacía
bastante calor. Supongo que por la contaminación y la capa de ozono.
Me tumbé senté en mi cama y me miré
en el espejo de cuerpo entero que tenía justo al lado derecho de la misma.
—Qué cara de muerta tienes, Nerea... –me dije a mi misma.
En ese preciso momento oí un ruido
fuera de casa, pero aún así muy cerca de mí.
Como por instinto, dirigí mi vista a
la ventana y al verlo allí plantando en el pequeño y estrecho balcón, mirándome
con una sonrisa de medio lado, ahogué un grito. Me quedé un rato ahí plantada,
sin saber qué hacer, hasta que pude distinguir cómo hacía señas para que le
abriese la ventana. Al principio me lo pensé, y dudé, pero como un impulso, le
hice caso, y entró.
—Hey, princesa. Cuánto tiempo -dijo, mirándome de pies a cabeza
mientras se mordía el labio. No pude evitar sonrojarme, y me abofeteé
mentalmente por ello. Me sentía desnuda delante de él. Y no desnuda en el
sentido de quitarse la ropa, si no desnuda, como si pudiese mirar dentro de mí.
Como si pudiese adivinar mis miedos, mis problemas, como si pudiera darse un
paseo por mi mente y observar todos mis pensamientos como si nada. Adivinar mis
inquietudes.
—¿Qué haces en mi casa?
—Solo pasaba por aquí y me dije: voy a hacerle una visita a mi
dulce compañera de clase.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Lo suficiente como para poder darme cuenta de que tienes una marca
de nacimiento en forma de pájaro en pleno vuelo en el costado derecho, justo
debajo del pecho —me sonrió.
—Pervertido.
—Tranquila, solo te faltaba la camiseta. No he visto nada.
—De qué querías hablar? –le pregunté, evitando el tema. Me senté de
nuevo en mi cama y él se quedó ahí, justo en frente de mi, apoyado en la pared
con sus fuertes brazos cruzados, sus profundos ojos azules clavados en mí y su
porte intimidante, a la vez que tremendamente atrayente.
Volví a pegarme mentalmente por
pensar tal cosa.
—Me he enterado de que la policía viene hoy a interrogarte por lo
sucedido anoche y...
—Uo, uo, uo. Un momento, ¿cómo lo sabes? ¿Me espías? –él rió.
—Más quisieras, preciosa. Tengo mis contactos. Estamos en todas
partes –me guiñó el ojo–.Y si no te importa, voy a seguir contestando a tu
pregunta. El caso es que –dio un par de pasos hasta quedar frente a mí y se
acuclilló, para quedar a mi altura. Seguía mirándome con esos ojos que impedían
desviarle la mirada– no puedes hablarle de cómo conseguiste que no te hicieran
nada. Y mucho menos que fui yo quien te salvó.
—¿Por... por qué? –tartamudeé sin querer. Scott sonrió de medio
lado por ello. Muy bien, Nerea, oficialmente eres tonta. Te falta el diploma.
—No puedo dejar que descubran que estoy en esa banda. Pasarían
cosas horribles... Y ni tú ni yo queremos que pase, ¿verdad? –posó su mano en
mi mejilla, y la acarició suavemente. Me estremecí.
—¿Por qué yo no quiero que pase? Ayudaría a disminuir todo el daño
que provocáis...
—Sé que harás lo mejor, princesa –dicho eso, se levantó y caminó
hasta el pequeño balcón, y de un salto, cayó al suelo. Fui corriendo hasta allí
para ver si estaba bien, y al mirar hacia abajo lo vi ahí de pie, como si nada,
mirándome–. Nos veremos pronto.
Y salió corriendo hacia la parte
frontal de mi casa. Allí lo perdí de vista, pero seguí mirando, sin saber por
qué. Un minuto después oí el rugir de un motor, y seguidamente, lo vi a él
pasar por la calle montado sobre una preciosa moto negra. Y como si a cámara
lenta sucediera, giró la cabeza hacia mí y, bajo el reluciente casco negro que
tenía puesto, pude intuir que me guiñaba el ojo.
El policía llevaba ya una media hora
en mi casa. Había hecho llamar a Álvaro y a mi hermano para tomarles
declaración también, pero los dos dijeron que no habían visto nada y que cuando
bajaron yo estaba sola y el salón completamente patas arriba.
El agente no me había caído bien
desde que lo vi entrar por la puerta. Era joven, de unos veinte años. Alto, de
pelo castaño y ojos completamente negros. Era guapo, muy guapo, y lo que más me
repugnaba es que él lo sabía. Se le notaba demasiado que era un creído de los
gordos. Imbécil.
—Bueno, Nerea, ¿puedes contarme todo lo que pasó a noche?
—Pues que entraron a robar y no se llevaron nada. Creo que eso ya
lo tienes más que aprendido –contesté cortante. Rió mirándome. Chulo.
—Eres dura, eh. Me gusta... Sabes que no me refiero a eso.
Cuéntamelo, anda, y terminemos rápido.
—¿Qué pasa? ¿Te espera alguna tía en casa?
—No, pero si quieres venir tú -borré la sonrisa prepotente que
había formado en mi cara.
—Qué asco –espeté–. Pues me levanté de madrugada por culpa de
unos ruidos que provenían de la planta baja de mi casa. No sé qué hora sería.
El caso es que recordé que no había cerrado las ventanas y me asusté. Bajé con
el bate de beisbol que tengo en el armario de cuando jugaba en la liga infantil
y… me encontré allí a dos tíos revolviendo el salón y me entró miedo. Me olvidé
de la existencia del teléfono de la policía y los amenacé con usar el bate si
no se iban…
—¿Puedes describírmelos? –me preguntó.
—Sí, claro –dudé, intentando hacer memoria–… Uno de ellos, el más
alto, era rubio oscuro, con ojos pardos y tenía pinta de frecuentar mucho el
gimnasio. Tenía la mandíbula cuadrada y tensa. Y sonrisa de borracho, aunque en
realidad no iba ebrio –miré al castaño sentado a mi lado en uno de los
taburetes de la isla y rió–. Había otro más bajito y escuálido… con la misma
sonrisa. Tenía los ojos verdes y el pelo también rubio, pero más claro. Y luego…
–me callé.
—¿Qué? ¿Había otro? –lo miré en silencio durante un par de minutos.
Recordé lo que había sucedido hacía apenas dos horas cuando Scott había entrado
sin aviso previo a mi habitación.
—No… No había nadie más.
—¿Segura?
—Completamente.
—Vale, bueno, ¿qué pasó después de que los amenazaras?
—El segundo me quitó el bate y el más alto me acorraló contra la
pared –el agente me miró, divertido. Decidí ignorarlo–. En ese momento me
imaginé las cosas más sucias que había imaginado en toda mi vida. Tenía miedo.
Cerré los ojos y luego… Nada. No estaban. Se fueron.
—¿Tienes idea de por qué? –negué con la cabeza.
—Lo tengo todo borroso –mentí.
Se quedó durante varios segundos
mirándome a los ojos. Estaba segura de que sospechaba algo de mí. No se creía la
historia por completo.
—De acuerdo… Pues ya hemos terminado. Gracias –se levantó y se
dirigió hacia la puerta. Lo acompañé–. Si tenemos noticias te lo comunicaré.
—Vale –abrí la puerta.
—Nos veremos pronto, guapa –y se alejó, montando en el coche
patrulla.
—Espero que no… –dije para mí, cuando ya se hubo marchado.
Cerré la puerta, apoyé mi espalda en
ella y me dejé deslizar hasta quedar sentada sobre el suelo. Me llevé las manos
a la cara y suspiré.
—Me alegra que no hayas dicho nada.
Me sobresalté al escuchar una voz de
a nada. Levanté la vista inmediatamente y lo volví a ver, ahí delante de mí.
Imponente.
—Pero, ¿qué haces aquí otra vez? ¿Y cómo consigues entrar? Deja de
invadir mi casa –me levanté del suelo.
—Eso no importa.
—Sí, sí que importa. Me estás poniendo nerviosa. Y eso, en mí, no
es normal. ¿Por qué tuvisteis que entrar en mi casa?
—No sabía que era tu casa. Además, te salvé, ¿no? Eso es lo que
cuenta.
No Scott, no es lo que cuenta.
Necesito saber que no me va a pasar nada. Que no le va a pasar nada a nadie.
—Nerea, hazte un favor y deja de ver tantas películas –rió.
—Estoy asustada –me abracé a mí misma.
Y es que le tenía miedo a él, no a
lo que había pasado esa noche, si no a él. A su persona, que ya de por sí era
amenazante. Pero a la vez, sentía un fuerte lazo que me invitaba a investigar
más sobre él. Era algo que me haría perder la cabeza en cualquier momento.
De repente sentí dos manos posarse
en mis brazos, frotándolos de una manera que me reconfortó al instante.
Le miré a los ojos. Lo tenía justo
enfrente de mí. Y otra ola de sentimientos contradictorios me invadió. El roce
con su piel me hacía sentir segura, protegida. Pero al ver a Scott a los ojos,
me sentía intimidada, enana a su lado.
—Escúchame Nerea, no soy un monstruo. Tienes que confiar en mí –me
dijo serio. Tardó un rato en dejar de mirarme.
Se separó de mí y me rodeó,
dirigiéndose hacia la puerta y abriéndola. Me giré para verle.
—No vuelvas por aquí, por favor… –le pedí, clavando mi vista en su
nuca.
Dos segundos pasaron hasta que giró
para decirme:
—Lo siento –sonrió y salió, volviendo a marcharse en aquella
vistosa moto negra. Cerré la puerta.
Aquel “lo siento” no había sido de
disculpa por entrar sin permiso a mi casa. Yo lo había entendido muy bien.
Sabía que iba a volver, y se había disculpado por no hacerme caso.
Y para mi sorpresa, sonreí.
Supongo que, de alguna manera, el
saber que volvería a verlo me reconfortaba.
Subí a ponerme el pijama y una vez
me lo enfundé me quedé mirándome en el gran espejo al costado de mi cama.
—Eres tan complicada, Nerea… Y tan rara… –me reí de mi misma–. En
fin.
Me encanta. En serio. Si a mí me pasara lo del policía le pegaba una ostia y lo denunciaba. Y me encantó la parte del "lo siento" y la reflexión de Nerea. Bueno todo perfecto. Sigue así. ;)
ResponderEliminar