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lunes, 28 de julio de 2014

Capítulo 3.

Al día siguiente desperté con un dolor de cabeza de 'padre y señor mío'. No recordaba muy bien la noche anterior, al menos no a partir de cuando empezamos a jugar a la botella.
Intentaba recordar, pero cada vez que lo hacía un pinchazo me recorría todo el cerebro.
Estuve toda la mañana metida en la cama, acurrucada bajo las sábanas, intentando no oír nada que pudiese vibrar dentro de mi cráneo.
Al medio día, sobre la hora de comer, me decidí a despegar mi trasero del colchón y poner, por fin, los pies en el frío suelo.
Bajé las escaleras arrastrando los pies. No tenía fuerzas para levantarlos.

—Buenos días, Bella Durmiente –me saludó mi madre mientras preparaba sus maravillosos macarrones con tomate. Seguramente había intuido mi presencia, dado que no había volteado a mirarme en ningún momento.
—Sí, buenos días.
—Que cara de muerto llevas, hija –“comentó” ya mirándome.
—Noche larga, y eso. Ya sabes.
—Qué bien os explicáis los chicos de tu edad hoy en día. Dentro de poco todo será 'ahá', 'sí', 'no' y 'bah'.
—'Patopollo' y 'pollopato' también son opciones –digo sentándome en uno de los taburetes de la isla.
Ambas reímos. Otro pinchazo en el cerebro.
En ese momento entra mi padre por la puerta.
—Buenos días, papá.
Le da un beso a mi madre y no me contesta. Coge un vaso de zumo de naranja, se apoya en la encimera al lado de mi madre y se me queda mirando.
—¿Dónde estuviste anoche?
—Pues invitaron a Keegan a la inauguración del nuevo parque de atracciones que han abierto a las afueras, así que María y yo fuimos con él.
—¿Solo estuvisteis montando en atracciones?
—No, bueno, luego hubo una pequeña fiesta en uno de los locales de dentro del parque.
—Pues me alegro de que te lo pasases bien, porque hoy te toca hacer de niñera de tu hermano.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Tu madre y yo vamos a salir para celebrar nuestro décimo quinto aniversario esta noche y tu hermano va a venir con un amigo a dormir a casa. Y como comprenderás, no me fío ni un pelo –lógico–. Así que ahí entráis tú y Keegan, que se ha ofrecido a ayudarte. Más os vale no dejar que quemen la casa. Si lo hacéis bien, os daremos 10€ a cada uno.
—¿Sólo 10? Un salario muy pobre para lo que vamos a tener que aguantar, pero vale.
A partir de ahí ya no hablamos mucho más. Me tomé una pastilla para el dolor de cabeza -benditas pastillas- y me acosté en el sofá a dormir. Ni siquiera comí. Sentía que si me metía algo al estomago, iba a vomitar lo que no estaba escrito.

Desperté un par de horas más tarde, sobre las cuatro y media de la tarde, por culpa del sonido del teléfono.
—¿Qué? –pregunté en un tono seco, nada más descolgar.
—Que simpática eres –me dijo mi prima sarcásticamente.
—Lo sé. Apremia, anda.
—Bueno, bueno, no me muerdas. Encima de que te llamo porque hoy hay rebajas durante todo el día en las Glorias y quería que me acompañaras...
—Oh, guay. ¿Rebajas, por qué?
—Yo qué sé. Creo que es el duodécimo aniversario desde que lo inauguraron y pues lo celebran así.
—Vale, pues me preparo y estoy lista en... –miré el reloj– ¿hora y media?
—A esa hora estoy allí. Adiós.
—Chao.

Colgué.
Comuniqué mis planes a mis padres y subí a cambiarme.
A las nueve en casa, había dicho mi padre.
Abrí mi armario y encontré una falda de cola de sirena verde pastel y una camiseta básica de palabra de honor negra con unas bailarinas. Un collar de flores, un brazalete de oro discreto y un bolso color beige precioso.
Me lavé el pelo, lo peiné, un poco de espuma y lista.

Chuches.
Nada más llegar fui directa a comprar chuches, y a revisar tiendas, muchas tiendas. Me compré solo un par de vestidos, tres camisetas, una sudadera y unos pantalones cortos. Ah, sí, y otro par de zapatos.
Después nos sentamos en uno de los bancos de la plaza donde está el reloj solar.
—Ay, Nerea, encontré el dinero que te dejaste en mi casa. Toma.
—Aquí sólo hay seis euros.
—Sí, bueno, no encontré más. Por cierto, ¿te gusta mi abrigo nuevo? –dijo, acariciando la chaqueta marrón que llevaba puesta.
—Ya me devolverás esos veinte que han ''desaparecido'' –hablé, mirándola mal.
—Oye, mira a esos dos –señaló a un par de chicos que estaban enfrente de una tienda de deportes hablando.
Cuando pude ver sus caras, me di cuenta de que uno de ellos era Scott, vestido entero de negro.
Al otro chico no lo conocía. Era rubio, y de ojos aparentemente marrones. De la misma altura que mi compañero de clase. No lo había visto en mi vida, estaba segura, pero algo me decía que su cara me sonaba. ¿Por qué? No lo sé. Era algo raro.
—Ah, sí, el de pelo más oscuro va a mi clase.
—Oh... ¿Así que solo tiene dieciséis años? No los aparenta.
—No lo sé, puede que haya repetido algún curso. Quién sabe. ¿Y por qué me estás preguntando? ¿Acaso te importa?
—Es que, que lo conozcas nos da puntos extra para acercarnos. ¡Vamos! –y me agarró antes de que yo pudiera quejarme. Antes de poder negarme, ya estábamos al lado de los dos chicos.
—Hola, soy Aroa, la prima de Nerea. Ya sabes, va a tu clase. Es esta de aquí –me señaló, y saludé sin ningún afán–. 
—Perdonadla, tiene un severo problema psicológico que no le deja actuar de manera sensata y le empuja a acercarse a chicos desconocidos como si nada, para dejar en ridículo a su prima delante del chico nuevo de su clase, el cual es un borde desagradable con todo el mundo, por lo que he visto, y de su amigo, que parece ser que es igual puesto que no se ha girado para saludar y lleva enseñándonos la nuca todo el puñetero rato que llevamos aquí. Ya nos vamos, eh. Venga, adiós –y cogí del brazo a mi prima, tirando de ella, dándoles la espalda a los dos chicos.
—Uy, pues va a resultar que sí que hablas –oí detrás de mí. Me giré.
—¿Perdona?
—En clase, que no hablas con nadie a no ser que sea para responder a una pregunta del profesor.
—Tú tampoco hablas.
—No tengo nada que decirle a los inútiles de nuestra clase. Resulta que la única persona por la que he mostrado un poco de interés, es medio muda. Y por cierto, te he visto mirarme de vez en cuando. Intenta no ser tan descarada –me dijo, prepotente, levantando una ceja.
Bufé. Este chico me pone enferma. Qué asco. Pero debo admitir que despierta en mí cierta curiosidad, y no entiendo el por qué. Es algo que me pone muy nerviosa.
Rió, al ver cómo yo me había quedado sin palabras con las que poder responder.
—Bueno, Scott, ¿nos vamos ya o vas a seguir ligando? –preguntó el rubio, apagando el cigarro que tenía encendido y dándose por fin la vuelta.
Y fue nada más ver su cara desde cerca, cuando un flash me invadió la mente.
Sí, yo a ese chico lo había visto antes, aunque no en persona.
Lo vi en una foto, cuando estuvimos en la comisaría. El agente que hablaba sobre la banda a la que llevaban persiguiendo desde hace tiempo, llevaba dos fotos en una mano. Él, su cara, estaba en una de aquellas fotos.
Y se me heló la sangre en las venas nada más acordarme.
Pálida.
—Joder Josh, tranquilízate, no estoy ligando. Vamos, mírala, ¿quién querría ligar con ella? –rió–. Por cierto, estás pálida. Ni que hubieses visto un fantasma, ¿verdad? –me guiñó un ojo.
—Vete a la mierda –escupí las palabras, con desprecio.
—Tranquila, pequeña. No seas tan borde –me acarició una mejilla.
—No me toques. Acabas de insultarme. ¿De qué vas? –dije enfadada, retirando su mano de mi cara.
—Déjala Scott. Vamos, que nos están esperando –habló su amigo, cogiéndole del brazo.
—Ya nos veremos, pequeña –y de nuevo, me guiñó el ojo justo antes de darse la vuelta y marcharse.
—¡No me vuelvas a llamar así!
—Wow, chica, que intenso ha sido todo esto. Me gusta ese chico, es como muy misterioso.
—Es gilipollas.
—Bueno, pues al menos líame con su amigo, ¿no?
La miré, sin entenderla. Si Scott es así, Josh no será diferente. ¿Es que no se da cuenta? No hay remedio.
—Mira, voy a pasar de ti. Llévame a casa.
A las nueve en punto ya estaba tocando la puerta de casa, y Aroa ya se había ido.
—Así me gusta, cielo, muy puntual –me dijo mi padre–. Tu hermano está en el sótano jugando con Álvaro, y Keegan está haciendo prueba de nuestra nueva ducha de hidromasaje. Según, hoy ha ido al gimnasio e iba sudado. Tu madre y yo nos vamos a la cena. Que no se acuesten muy tarde. Buenas noches, cariño –y salió por la puerta. Luego mi madre me dio un beso y repitió la acción. Cerré tras ella.
Me dirigí al sótano, para saludar a los niños.
—Hola, enanos –le di un beso en la frente a Javier, mi hermano, y revolví el pelo de Álvaro.
—¿Ya estás aquí? Buf.
—Sí. A mí tampoco me hace gracia, pero es lo que hay. Lo mejor es que a mí me pagan por soportaros a vosotros, y a vosotros, por soportarme a mí, no. Bueno, me subo.
—¿Vas a ver a Keegan en la ducha?
—Exacto. Es lo que más me apetece en este momento –contesté de broma.
—Qué asco, tío –soltó Álvaro.
Subí las escaleras hasta la planta alta, donde estaban las habitaciones. Toqué la puerta del baño.
—¡Keegan! ¿Sales? Tengo que quitarme las lentillas.
—Pasa.
Entré. Él estaba tumbado en la bañera, tapado por la cortina.
—¿Has venido a contemplarme?
—No te lo creas, Hobbs –le respondí, mientras me quitaba lo que había dicho anteriormente y me ponía las gafas de pasta negras.
—Pásame la toalla, anda.
Y se la lió en la cintura, saliendo de la bañera después.
—No babees.
—Tranquilo.
Anduvo hacia mí y me dio un beso en la mejilla.
—Bueno, me salgo y dejo que te vistas. En cuanto estés, baja a ayudarme a preparar la cena.
Y así hizo. Me puse mi pijama y cuando estuvo preparada la cena, nos sentamos todos en la mesa del salón. Después nos pusimos a hablar y a jugar los cuatro juntos al monopoli y a más juegos de mesa.
Al final no fue tan desastre la noche. No como yo pensaba.
Estábamos viendo una película en la tele cuando de repente informaron de una noticia urgente.
-La banda de jóvenes que últimamente ha hecho notar su presencia en varias partes de la ciudad, rompiendo y haciendo todo tipo de destrozos urbanísticos, ha vuelto a hacer de las suyas. Esta vez se encuentran en la parte oeste de la ciudad, cerca de la urbanización Los Rosales. Han quemado el parque infantil y un hombre ha resultado herido al intentar detenerlos. Tengan mucho cuidado.
Les seguiremos informando.
—Esa urbanización está aquí al lado. A un par de calles...
—Sí, lo sé. ¿Cómo se atreven a hacer eso? Que se busquen otro entretenimiento que no pueda costar vidas, coño.
—¿Podemos salir a investigar? Eh, ¿podemos?
—No Javier, no. Vosotros ya a la cama. Venga.
—Jo –dijeron los dos mientras se marchaban.
—Creo que me voy a quedar aquí a dormir.
—No es necesario, Keegan. Ya no hay que controlar a estos dos.
—Es por sí a la banda esa se les ocurre venir por aquí. He oído que les gusta visitar a la gente por la noche y coger cosas prestadas, y si alguien se lo impide acaba en el hospital. No me gustaría que os hiciese nada a ninguno de los tres...
—Tranquilo, no va a pasar nada. Tu madre está sola en casa. Corre con ella.
—Bueno, pero cerrad ventanas y puertas con pestillo, y todos los sitios por donde puedan entrar, ¿me escuchas? Pega un grito si me necesitas –nos levantamos del sofá.
—Ya. No te preocupes más.
—Bueno, tu hazme caso –recogió su cartera del suelo y lo acompañé a la puerta–. Nos vemos mañana.
Me dio un pequeño beso en los labios, y salió del porche, dirección a su casa.

No os asustéis. Muchas veces entre nosotros nos despedimos o saludamos así, con un pico. Con María también se daba besitos. Nosotros siempre hemos dicho que los picos deberían ser entre amigos.

Entré de nuevo a casa y cerré la puerta con los dos pestillos que tenía.
Volví al salón y volvieron al tema de la banda callejera esa.
Mostraron una imagen que me llamó mucho la atención. En ella salían varios de los chicos huyendo justo después de haber huido del parque que habían quemado. Se podían distinguir un par de caras de chicos que se habían quedado atrás. Una de ellas, del rubio de esta tarde, Josh, me parece que se llamaba.
No me sorprendí, pero aún me impactaba la noticia. ¿Significaba que Scott también estaba implicado en esa banda? Me estremecí.
Otra vez Scott. Desde que lo vi por primera vez no había hecho más que darle vueltas a la cabeza sobre cómo sería en realidad.
Recordé nuestro encuentro de esa misma tarde.
''Resulta que la única persona por la que he mostrado un poco de interés, es medio muda'', había dicho. Se refería a mí, ¿no? Y me sorprendió que, a pesar de la forma tan despectiva en que lo había dicho, noté cómo los colores se me subían a la cara, y cómo se me formaba un nudo terrible en el estomago.
''Por la que he mostrado un poco de interés''.

Decidí apagar la tele y dejar de pensar en todo lo relacionado a Scott, a su amigo y a la banda esa. Subí a dormir y tardé un rato, hasta caer sin darme cuenta en los brazos de Morfeo.

Esa misma noche desperté por un ruido procedente de la planta baja. Escuché voces susurrando, y sofás arrastrando por el suelo.
Miré a mi ventana.
—Mierda. Se me olvidó cerrarlas.
Cogí el bate de béisbol que guardaba en mi armario de cuando jugaba en la liga infantil del colegio, y bajé, lenta y silenciosamente por las escaleras. Y ahí estaban, dos chicos vestidos de negro, revolviendo toda la sala.
—¡EH! ¡Fuera de mi casa!
—Oh, vaya, vaya. Una niñita con un bate... –habló uno, parando su acción. Era alto, de rasgos fuertes, ojos pardos y pelo rubio oscuro.
—¿Qué queréis? ¡Iros! No tengo miedo de usar el bate –que tonta soy.
—Ya, claro –hizo una señal con la mano y, el chico que más cerca se encontraba de mí, cogiéndome por sorpresa me arrebató el artefacto de las manos–. Bueno cariño, ahora estás indefensa. ¿Qué piensas hacer? –decía, en tono amenazador mientras se acercaba a mí.
—Fuera de mi casa... –les ordenaba, inútilmente, mientras me alejaba de él andando hacia atrás.
—Vamos cielo, no siempre nos encontramos a una chiquilla joven sola en casa cuando entramos a robar. Déjanos divertirnos un poco, eh.
Choqué contra la pared, y él seguía acorralándome. Acarició una de mis mejillas, ya húmeda por la primera lágrima. Tenía miedo. Nunca había estado en una situación similar en mi vida, y estaba asustada. ¿Cómo actuar?
Rezaba por un milagro.
Y apareció.
Pude oír, pero no ver puesto que tenía los ojos fuertemente cerrados, cómo alguien entraba de un salto por la ventana y se acercaba a nosotros.
—Déjala en paz, Jack.
—Vamos Scott, déjame divertirme un rato.
¿Scott?
—¡Te he dicho que la sueltes! ¡Ya!
—Agua fiestas –y soltó su mano, que presionaba fuertemente mi cuello contra la pared sin llegar a ahogarme, y la otra, situada en mi cintura.
Caí al suelo.
Tardé un rato en abrir los ojos, solo cuando tuve la certeza de que los dos que había descubierto en un principio se habían ido.
Vi unas piernas delante de mí, y subí la vista, para encontrármelo a él. A Scott. Al Scott que esa misma tarde había visto en el centro comercial.
Me tendió la mano. La agarré y me ayudó a incorporarme.
—La próxima vez no bajes si oyes ruido y llama a la policía.
—Yo...
—¿Te ha comido la lengua el gato, princesa? –rió.
—¿Por qué has hecho eso?
Tardó bastante tiempo en responder.
—No lo sé ni yo.
—¿Por qué estás en esa banda? ¿Qué placer te produce hacer daño? No lo entiendo...
—No es asunto tuyo. Y no es placer, créeme, pero tengo mis razones.
—Ah, ¿no? ¿Y cuáles son?
—Me voy. Adiós –y volvió a salir corriendo, con un salto por la ventana.
Y me quedé ahí parada. Sin poder reaccionar. Como una auténtica idiota.
Dirigí mi mirada hacia las escaleras. Allí estaban mi hermano y Álvaro, con los ojos cristalinos y la boca abierta.
Javier bajó corriendo.
—¿Qué ha pasado? –me preguntó.
—Eso quisiera saber.
—¿Quién era ese chico?
No respondí.
—¿Te han hecho daño?
—No, Álvaro, todo está bien –le respondí al joven de catorce años, que ya estaba al lado nuestro–. Subid a seguir durmiendo. No volverán a entrar.
—¿Estás segura?
Miré hacia la ventana por la que anteriormente había salido Scott. Aquel chico que, al parecer, guardaba muchos más secretos de los que jamás me habría podido imaginar. Y que, ahora, despertaba mucha más curiosidad en mí de la que podía haber tenido anteriormente.


—No.

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