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martes, 24 de junio de 2014

Capitulo 1.

''If you ever find yourself stuck on the middle of the sea,
I'll sail the world to find you.
If you ever find yourself lost in the dark and you can't see,
I'll be the light, to guide you...''

Count On Me 
de Bruno Mars resonó por todo el salón.

Me levanté de uno de los taburetes de la isla de la cocina y salí de ella, pasando a la habitación de donde procedía la música.
Encontré mi móvil debajo de uno de los cojines del sofá y atendí a la llamada. Después de comprobar que era la misma llamada de todos los días procedente de mi prima para decirme que estaría en la puerta de mi casa en cinco minutos, colgué.
Volví a la cocina, me terminé los cereales con leche que estaba desayunando, me lavé los dientes y salí al porche, con mi mochila a la espalda y el Smartphone en el bolsillo del pantalón. Bajé los tres escalones que me separaban del suelo y me subí al Seat Mii rojo de Aroa, mi prima.

—¿No crees que eres demasiado mayor para estar escuchando a los Cantajuegos? –le pregunté con una sonrisa en la cara mientras cerraba la puerta del copiloto y me ponía el cinturón.
El caso es que mi prima, aún teniendo dieciocho años, seguía siendo muy infantil. De hecho, toda su vida había sido así.
—Oh, buenos día Aroa, ¿cómo has amanecido en esa hermosa mañana de marzo? Bien, ¿y tú? Perfecta, gracias –ironizó, entablando con ella misma la típica y sosa conversación que podríamos haber tenido–. Bueno, que me gustan estas canciones –me respondió al fin.

Llegué a la puerta después de haberme despedido de mi prima.
Ella tenía dos años más que yo, por lo que ya estaba terminando bachiller. En mi instituto, veréis, el bachillerato y la E.S.O se cursan en dos edificios distintos pegados uno al otro, lo cual no entiendo, ya que todo está dirigido por el mismo personal.

Subí las escaleras hasta el segundo piso, y entré en una de las puertas del pasillo del fondo, donde tocaba dar mi primera clase del jueves: Física y Química. Y no, no se me da muy bien, por lo que era una clase que se me hacía eterna, sobre todo si era a primera hora.
Abrí la puerta y me senté en mi sitio, colocando mi mochila encima de la mesa.
El maestro, como siempre, tardaba un rato en llegar, así que decidí sacar el móvil y mandarle un WhatsApp a María, buena amiga mía, y de las pocas que tengo.

-Hey, ¿dónde estás? No te he visto al llegar. -08:10
-María: Estoy en mi casa. Me he despertado esta mañana con un dolor de cabeza catastrófico. -08:11
-¿Y qué haces con el móvil, eh? -08:11
-María: Responderte, lumbreras. Es que me importas tanto que no quiero que hables sola. -08:12
-Sí, ya… bueno, el amargado este ya ha llegado. Voy a ver qué tortura me hace pasar esta mañana. Ale, hasta luego. -08:13
-María: Que penita das. Luego hablamos, kisses. -08:13

Guardé el móvil de nuevo en mi bolsillo y saqué los deberes. Estuvimos así durante una media hora, hasta que llamaron a la puerta. El maestro asomó la cabeza y salió al pasillo, cerrando la puerta tras de sí.
Como siempre, se oyeron murmullos por toda la clase, hablando de sus cosas.
Yo le pregunté a Elisa, mi compañera de mesa, un par de cosas, hasta que volvió a entrar el maestro y se dirigió a toda la clase.

—Un poco de silencio, por favor –el ruido cesó–. Gracias. Quiero presentaros a un nuevo compañero de clase.

En ese instante apareció un chico alto, de piel morena como si de alguien que hubiese vivido toda su vida en la playa se tratase, pelo negro y ojos de un azul claro e intenso, tan profundos y misteriosos como el mar. Iba vestido con una camiseta básica azul oscura, unos pantalones anchos caídos vaqueros negro y unas zapatillas DC negras altas. Todo eso rematado con unas gafas de sol negras en su cabeza. Me llamó mucho la atención.

—Se llama Scott Parnell y espero que lo tratéis lo mejor posible –nos comentó–. Puedes sentarte en el sitio que hay al lado de Carlos, allí al fondo.

El nuevo compañero se sentó donde el maestro le indicó.
La clase pasó lenta, como de costumbre, al igual que todas las demás. Cuando al final pude salir de aquella cárcel, hablé con mi prima y le dije que no hacía falta que me llevase a casa, ya que había quedado con María para comer en su casa.

—¡Hey, hey, hey! –me saludó una voz a mi izquierda.
Levanté la cabeza y sonreí al ver quién era.
—¡Keegan! –me levanté del banco en el que estaba sentada, justo en el jardín de la acera de enfrente del instituto. Me abracé a él y nos volvimos a sentar en el banco.
Keegan es mi mejor amigo, bueno, aparte de María. Es rubio medio oscuro y tiene los ojos de un azul precioso súper claro. Lleva unas dilataciones no muy grandes en cada oreja y un piercing de cruzado en la parte inferior del labio. Siendo sincera, si sumamos eso a su imponente altura y a su muy bien trabajado cuerpo, es uno de esos chicos por los que pagarías solo porque te mirase. Le conozco desde que tenía seis años, cuando llegó nuevo a mi escuela. Él nació en California y a esa edad se vino con su madre a España, instalándose aquí, en Barcelona. Su madre y la mía se hicieron muy amigas y desde entonces no nos hemos vuelto a separar. Es de la pocas personas que valen de verdad la pena.
—Dime –me dio una magdalena con trocitos de chocolate de esas que hacía su madre tan ricas–, ¿cuál es el plan para hoy?
—Comeremos en casa de María, haremos los deberes e iremos de compras –sonreí. Sabía que eso de ir de compras no le entusiasmaba, y mucho menos si era con nosotras. ¿Por qué? Bueno, digamos que siempre poníamos de excusa sus enormes brazos para que transportase las bolsas.
—Oh, por dios, ¿no tengo otra opción?
—No. Así que vamos, levanta, que María nos espera –dije, despegándome del banco y tirando de él. Me miró con cara de muerto y se acabó por levantar él solito.

Llegamos a la casa de nuestra amiga diez minutos después.
Una vez ya hubimos comido, nos fuimos a su cuarto.

—Dios, que macarrones hace tu madre... –habló Keegan tumbado en la cama de María, frotándose la barriga–. ¡Son obra de Dios!
—¿Es necesario que digas eso todas –preguntó ella enfatizando la palabra “todas”– las veces que comas en mi casa?
—¡Sí!

Estuvimos jugando a la Play Station toda la tarde, además de terminar los deberes.
Después de andar durante hora y media por tiendas y haberme gastado casi toda la paga de la semana anterior, paramos a tomarnos algo en una terraza de un bar de Las Ramblas.
Cuando terminamos, acompañamos a María a su casa y Keegan y yo nos fuimos. Nuestras casas estaban en la misma calle, apenas nos separaban un par de viviendas más, por lo que solíamos estar mucho tiempo juntos.

Esa noche mis padres tenían cena de trabajo y mi hermano se había quedado a dormir en casa de uno de sus amigos, por lo que me tocaba quedarme sola en casa.
Ya había planeado todo para la noche: película, sofá, palomitas y mi mantita de Tom y Jerry.
Acababa de salir de la ducha cuando me llegó un WhatsApp de una compañera de clase:

-Claudia: Atención: Os informo que hoy hay fiesta en mi casa a partir de las 23:00. Os espero a todos y no admito un 'no' por respuesta. Hasta lue'.
  PD: Acordaos de traer comida.  -21:06

Me quedé mirando el teléfono. ¿Una fiesta, tan tarde, un lunes?
Mientras me secaba el pelo estuve meditando un rato, hasta que decidí que debía ir, ya que aunque no hubiera habido fiesta, me habría acostado tarde igualmente.

-¿Qué te piensas poner para la fiesta? -21:20
-María: ¿Tú también vas? En ese caso, no sé qué me pondré. Ahora empezaré a remover el armario a ver qué encuentro.  -21:21
-Va. Paso a por ti a las 22:45. Como no estés lista, me voy sin ti.  -21:21
-María: Que sii... Voy a ver si se viene Keegan. Nos vemos todos en mi casa a esa hora. Chaitoooooo.  -21:23

Salí del baño, envuelta en mi toalla rumbo a mi habitación.
Después de diez minutos decidiendo qué ponerme, al final me decanté por un vestido casual blanco a medio muslo con un cinturón marrón finito. Elegí unos botines de cuña negros y como abrigo, una rebeca también negra.

Cuando llegamos al chalet de Claudia nos quedamos delante de la fachada, mirándola fijamente. Habíamos ido más veces pero siempre impresionaba. Era muy grande, y si le sumamos la cantidad de luces de colores que salían por las ventanas y por la puerta principal, además de la música que se oía desde un par de calles a lo lejos... Pues eso. Es una casa preciosa.
Entramos y estuvimos hablando con mucha gente, la mayoría de nuestro mismo instituto. Bebimos y bailamos, y algunos incluso ligaron.
Con ''algunos'' me refiero a Keegan y María.
Keegan llamaba la atención de todas las chicas, gracias a su maravilloso físico, aunque una vez lo conocías, eso no era lo único que te llamaba la atención, pues es el chico más dulce, amable, y a la misma vez sexy que he conocido en mi vida. Y sí, lo sé, es mi mejor amigo, pero tengo ojos en la cara.
Y María no se quedaba atrás. Ella también llevaba a todos de cabeza. Es morena, de pelo rizado largo y castaño oscuro, al igual que sus ojos, muy, muy profundos. Además: simpática, con una sonrisa encantadora, lista y con sentido del humor. Cualquiera le podría haber tenido envidia.
Y claro, luego estaba yo: una chica de pelo rizado, castaño y ojos marrones claritos con toques amarillos y un cuerpo con unas pocas curvas más de las que me gustaría. Es decir, no me veo como una foca, pero adelgazar cinco kilos no me mataría. Pero bueno, intentaba no deprimirme mucho por ello.

Estaba sentada en una mesa tomando algo, cuando, al otro lado del salón, vi al nuevo chico de clase. Estaba sentado en uno de los sillones individuales que rodeaban la mesita de cristal donde reposaban varias copas de toda clase de bebidas.
A su lado había dos chicas intentando entablar conversación, pero él parecía totalmente ajeno. Hubo un momento en el que las chicas se cansaron y pude intuir que le decían un par de palabras groseras antes de marcharse y dejarlo solo. Tenía el rostro serio y relajado, y miraba a todas partes, examinando el gran recibidor, que se había convertido en la pista de baile, y a los que bailaban en ella.
Hubo un momento en el cual nuestras miradas se encontraron, pero conseguí desviarla.
Me quedé paralizada.
Cuando ese chico me miró, sentí una especie de descarga eléctrica que me recorrió todo el cuerpo.
¿Qué había pasado?
Cuando volví a mirar, me llevé una sorpresa, pues no habían pasado ni cinco segundos y él ya se había ido. Miré a todas partes, pero no lo vi. Me levanté, de manera inconsciente, y busqué por toda la pista de baile, pero no lo vi. Estaba plantada en medio de la sala, mirando a todos lados, cuando sentí que alguien me cogía del brazo y tiraba de mí, apartándome de todo el ajetreo.

—Hey, Nerea, ¿qué haces?
—Pues...
—Déjate de tonterías –me interrumpió María–.Vamos, Keegan está metido en un embrollo de los buenos. Hay que ayudarle.
—Dios...
Y empezamos a andar.
Ya me imaginaba qué pasaba. En casi todas las fiestas a las que asistía pasaba lo mismo.
Este chico no nos daba más que disgustos.